prologo

Los soñadores compulsivos son aquellos que han logrado ir por la vida manteniendo con gran cintura el precario equilibrio entre la realidad real y la virtual, sin que ninguna le joda a la otra. Este espacio fue creado para drenar la testa de una de estas cabezas de chorlito, porque, como dijo el poeta:
"Qué lindo que es soñar, y no te cuesta nada más que tiempo"

viernes, abril 06, 2012

El martillo neumático de Dios

Los que esperen leer un posteo religioso o en alusión a Semana Santa, rajen de acá. Es sólo que la bestialidad meteorológica de público conocimiento carece, al parecer, de un nombre así que, adelantándome a la situación, le puse uno.
La he vivido como testigo y como parte interesada, si gustan, paso a contarles.
Todo comenzó el miércoles a la tarde, mientras organizaba mentalmente mi fin de semana largo para lavar el habitual Aconcagua de ropa y salir de rotation familiera y demás pavadas que no vienen al caso y, al mismo tiempo, despachar algunos asuntos del patio con celeridad, en colaboración con el Marqués y el niño antes conocido como Casper. El tiempo (meteorológico) nos dio el tiempo (cronológico) justo. Un chaparrón (de ahora en más, uno como ese será para mí un chaparrín) hizo su aparición cuando entrábamos a la casa. En cuanto terminó, miré fijamente al cielo: había pasado de gris perla y gris ceniza a gris oscurito veteado y le dije al Marqués: "Ya probaste el chiquito, ahora probá el Grandote" (perdón, son las consecuencias de años de fútbol radial), y reímos como tontos, pensando que sería una tormenta más, entre tantas que habíamos visto y que veremos.

Para qué hablé. Unos minutos después llegó sin más preámbulo que el cambio de color de la nube de gris oscuro a grafito y a negro-negro-negro. Viento, ventarrón, vendaval. Llovizna, lluvia, cántaros. Piedras, de arriba, de abajo, cascotes, arena, polvo. Pedazos de algo, hojas, ramas. Nos tiraban con de todo, de todas direcciones. De los 360 grados alrededor. Todo lo que estaba en el aire golpeaba paredes, ventanas, techos.
Las luces no se cortaron como siempre que hay tormenta: parpadearon un par de veces, se mantuvieron y volvieron a parpadear sin control unos largos segundos antes de apagarse por completo. Pero no quedamos a oscuras: los relámpagos se encargaban de iluminarnos. no era uno cada tanto y el estruendo después, no. Era uno, tras otro, tras otro, tras otro, y al mismo tiempo. Dentro de la tormenta y hacia la tierra. Los primeros veinte minutos (se sintieron como si hubieran sido tres horas) estuvimos plenamente iluminados desde el cielo. No recuerdo EN MI VIDA semejante sucesión de rayos, con el consiguiente estruendo continuo de bramidos furiosos. Me sentí una hormiguita en el pasto, en medio del fragor de un campo de batalla. Todo esto dentro de una casita a la que le aparecieron goteras que no sabía que tenía, y mientras secaba el piso, miraba al techo, segura de tener, de un momento a otro, vista panorámica al cielo, ya había visto volar parte del de un vecino como si fuera de papel, y, al mismo tiempo pispeaba por la ventana, pensando en si sería esa la primera vez en mi vida en que viera, oh horror de horrores, bajar del cielo el embudito. Más un niño que se despertó cuando el escándalo había pasado (demostrando haber heredado la profundidad de sueño de su mami), cantando el feliz cumpleaños a las velas.
Y así como llegó, se fue. Un poco de lluvia, algunas ventolinas, y adiós. Todo ese apocalipsis había durado apenas 40 minutos. Demasiado.
La mañana trajo la desolación de ver las casas vecinas como tuppers sin tapas, el altísimo árbol de la esquina tumbado sobre postes, cableado y pavimento (lo que explicaba la forma en que se había ido la luz), ramas de especies variadas por todos lados, ventanas rotas... mugre por doquier. Me sentí afortunada. En mi viejita, endeble y pequeña choza sólo sufrimos la trágica pérdida del tendedero. No tendremos luz ni agua en días. Gracias a nuestros familiares que nos dieron asilo político, no figuramos en ninguna lista. Tranqui, ahí estará el Aconcagua esperándome para cuando vuelva.
Para mí es la señal del Creador, que me está diciendo: "Esta vez, zafaste. La próxima no te quiero ver. Volá de acá."
Por lo pronto, estoy actuando extraña. Es como que todo el tiempo quiero hablar de esto. ¿Me hace mal si me reprimen? ¿Estaré incubando un estrés postraumático...? Quién sabe...

Parece que deberé reactivar Lula's domain project. A cualquier precio.

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