Pronto se cumplirá un año de su llegada. Un año que pasó muchísimo más rápido que las 37 semanas del embarazo. Embarazo que no se pareció en nada a la película que me habían contado: no fue el estado más maravilloso, ni me sentí más plena, ni quise que durara para siempre, ni, menos que menos, pensaba reincidir (y que se olvide de tener un hermano hasta que aprenda a bañarse solo), en especial después de estar con el corazón en la boca hasta, literalmente, el último segundo. La espera duró AÑOS y se acabó cuando lo tuve en brazos, ni un segundo antes.
Lo amé, lo amo, lo amaré. A sus pestañas de señorita. A sus dientes serrucho que iluminan mis amaneceres. A su intolerancia a la palabra "no". Y a cada uno de sus abominables, tremebundos y ruidosos gases. Hasta la locura, y de vuelta.
Lo amé, lo amo, lo amaré. A sus pestañas de señorita. A sus dientes serrucho que iluminan mis amaneceres. A su intolerancia a la palabra "no". Y a cada uno de sus abominables, tremebundos y ruidosos gases. Hasta la locura, y de vuelta.