(No he vuelto, sino que he tardado casi un mes en escribir este posteo. Y tengo otros más. Pero esos tendrán que esperar.)
Antes que nada aclaro: no tengo problemas con los rulos. Francamente los adoro (alguna que otra vez me he pasado la planchita o hecho la toca... antes que corran a sacar cuentas, me la hacía mi mamá y es cierto que bien hecha queda mejor que con la plancha). El problema es que se borran en cuanto me peino o cepillo, dejando tras de sí una impresentable masa informe, abultada y llena de frizz. Sí, en cuanto me mojo el pelo vuelven, y esto es fácil en verano, pero en invierno, ¡te quiero ver, brrrrr! Tienen, asimismo, su ventaja: camufla errores de las tijeras (lo que no quita que haya cambiado muchas veces de peinador, y hasta de salón, al darme cuenta de que a todas nos hacían el mismo corte/peinado: todas salíamos con un carré en capas con el brushing hecho).
Pero (y acá viene mi lado esquizoide), aunque los ame, siempre me costó un montón tenerlos sedosos, brillantes y manejables, hasta el día en que desperté a la realidad: ellos me odian. Desde entonces los he atacado con lo que se les ocurra durante trece de los últimos veintinueve años: Que corte, que tintura, que tono-sobre-tono y la mar en coche. "Porque te quiero, te aporreo".
Prólogo
Antes que nada aclaro: no tengo problemas con los rulos. Francamente los adoro (alguna que otra vez me he pasado la planchita o hecho la toca... antes que corran a sacar cuentas, me la hacía mi mamá y es cierto que bien hecha queda mejor que con la plancha). El problema es que se borran en cuanto me peino o cepillo, dejando tras de sí una impresentable masa informe, abultada y llena de frizz. Sí, en cuanto me mojo el pelo vuelven, y esto es fácil en verano, pero en invierno, ¡te quiero ver, brrrrr! Tienen, asimismo, su ventaja: camufla errores de las tijeras (lo que no quita que haya cambiado muchas veces de peinador, y hasta de salón, al darme cuenta de que a todas nos hacían el mismo corte/peinado: todas salíamos con un carré en capas con el brushing hecho).
Pero (y acá viene mi lado esquizoide), aunque los ame, siempre me costó un montón tenerlos sedosos, brillantes y manejables, hasta el día en que desperté a la realidad: ellos me odian. Desde entonces los he atacado con lo que se les ocurra durante trece de los últimos veintinueve años: Que corte, que tintura, que tono-sobre-tono y la mar en coche. "Porque te quiero, te aporreo".