Bueno, no se si he llegado a los cinco posts que había prometido, pero hay una catarsis que realmente necesito hacer.
Todo empiezó ayer a la mañana, bien tempranito. Bah, en realidad, se venía gestando hacía bastantes días. Debido a mi trabajo, el resto del tiempo hago dedicación casi exclusiva (mis incursiones en redes sociales y demás las hago con mi retoño en el regazo), por lo que ya tenía un cumulonimbus parecido a este de ropa sucia. La diferencia con respecto al día de ayer fue que ya no tenía qué ponerme. Y no es una frase dicha sin pensar (o después de mucho pensar) frente a un placard repleto, no señor. Es literal. Se me había acabado la ropa limpia. De hecho ya no tenía, siquiera, ropa sucia que pareciera limpia. De manera que me levanté antes que el gallo del vecino y calenté agua para poder empezar atacar la pila que desbordaba en precario equilibrio ASAP (as soon as possible).
Hasta no hace mucho en esta casa se lavaba a mano. Luego vimos que ya no habría tiempo ni ganas y salí en busca de un par de artefactos que facilitaran la labor. Gracias a la profundidad de los bolsillos, el disponible de la tarjeta y, principalmente, las reducidas dimensiones de Lula's hut, el lavarropas automático seguirá esperando, pero no mucho. Me hice de uno redondo, baratito, no demasiado resistente, más bien que vaya desbaratándose y me de un changüí de, como mucho, unos tres años (igual, en automáticos nada superará al glorioso General Electric de 12 kilos, marrón, enlozado, lavan como los dioses y no se rompen con nada... será por eso que no los fabricaron más). Bueno, mientras esperaba a que se calentara el agua preparé el corral para contener a Casper. En realidad es su practicuna, el lugar donde se supone que debería dormir (por si la conocen con otro nombre, esto es una practicuna). En la altura superior el señor la pasa bomba: ya se agarra del borde y empieza a querer dar pasitos, y una está tranquila porque de ahí no se va a caer...
¡Sí, claro, y después te despertaste! Ya en plena faena deleitaba mis orejas con la conversación ininteligible del pequeñuelo, balbuceos incomprensibles y risotadas, mientras con un ojo calculaba el jabón y con el otro lo vigilaba. En una de esas lo ví tirar un muñequito al piso y, acto seguido, estirarse para alcanzarlo... no se cayó, ni estuvo a punto de caerse, ni nada, pero cualquiera que haya visto un bebé sabe que el esquema corporal adecuado es cuerpito-cabezota, y eso fue suficiente para acabar con mi tranquilidad. Traté de localizar a mi madre (en una de esas no había ido a trabajar y podría jugar con el nene un rato así lavaba tranquila) en el celular: no me contestaba. No tenía opción: para gran disgusto de Casper, quité la parte alta y lo acomodé en el piso del corralito. De ahí en más seguí lavando, ahora sí sabiendo que estaba a salvo. Él no estaba muy contento, y me lo hacía saber aferrado al borde de la cuna, con lágrimas, sollozos y furibundo revoleo de juguetes. Entre tanda y tanda lo levantaba, le secaba las lagrimitas y me dedicaba sonrisotas (intercaladas con algún puchero), para luego volver a lavar con el corazón destrozado. "Prefiero que llore", me repetía, "porque no puede asomarse a que llore porque se estrelló la cabeza en el piso".
Al final, hubo armisticio. Salimos juntos a tender la ropa, él en su cochecito, resplandecía su sonrisa al sol, su manita estirada tratando de acariciar al perro, sí una escena de lo más cursi, que Casper cortó gritando ofendidísimo: el can, experimentado en el dolor que pueden causar esos regordetes deditos a alguien cubierto de pelo, no se dejaba acariciar y retrocedía. Perro, pero no boludo.
Y bueno... al menos, ahora tengo ropa limpia y, con todo lo que lloró, se le terminaron los mocos y se curó el resfrío, con algo hay que conformarse...
Todo empiezó ayer a la mañana, bien tempranito. Bah, en realidad, se venía gestando hacía bastantes días. Debido a mi trabajo, el resto del tiempo hago dedicación casi exclusiva (mis incursiones en redes sociales y demás las hago con mi retoño en el regazo), por lo que ya tenía un cumulonimbus parecido a este de ropa sucia. La diferencia con respecto al día de ayer fue que ya no tenía qué ponerme. Y no es una frase dicha sin pensar (o después de mucho pensar) frente a un placard repleto, no señor. Es literal. Se me había acabado la ropa limpia. De hecho ya no tenía, siquiera, ropa sucia que pareciera limpia. De manera que me levanté antes que el gallo del vecino y calenté agua para poder empezar atacar la pila que desbordaba en precario equilibrio ASAP (as soon as possible).
Hasta no hace mucho en esta casa se lavaba a mano. Luego vimos que ya no habría tiempo ni ganas y salí en busca de un par de artefactos que facilitaran la labor. Gracias a la profundidad de los bolsillos, el disponible de la tarjeta y, principalmente, las reducidas dimensiones de Lula's hut, el lavarropas automático seguirá esperando, pero no mucho. Me hice de uno redondo, baratito, no demasiado resistente, más bien que vaya desbaratándose y me de un changüí de, como mucho, unos tres años (igual, en automáticos nada superará al glorioso General Electric de 12 kilos, marrón, enlozado, lavan como los dioses y no se rompen con nada... será por eso que no los fabricaron más). Bueno, mientras esperaba a que se calentara el agua preparé el corral para contener a Casper. En realidad es su practicuna, el lugar donde se supone que debería dormir (por si la conocen con otro nombre, esto es una practicuna). En la altura superior el señor la pasa bomba: ya se agarra del borde y empieza a querer dar pasitos, y una está tranquila porque de ahí no se va a caer...
¡Sí, claro, y después te despertaste! Ya en plena faena deleitaba mis orejas con la conversación ininteligible del pequeñuelo, balbuceos incomprensibles y risotadas, mientras con un ojo calculaba el jabón y con el otro lo vigilaba. En una de esas lo ví tirar un muñequito al piso y, acto seguido, estirarse para alcanzarlo... no se cayó, ni estuvo a punto de caerse, ni nada, pero cualquiera que haya visto un bebé sabe que el esquema corporal adecuado es cuerpito-cabezota, y eso fue suficiente para acabar con mi tranquilidad. Traté de localizar a mi madre (en una de esas no había ido a trabajar y podría jugar con el nene un rato así lavaba tranquila) en el celular: no me contestaba. No tenía opción: para gran disgusto de Casper, quité la parte alta y lo acomodé en el piso del corralito. De ahí en más seguí lavando, ahora sí sabiendo que estaba a salvo. Él no estaba muy contento, y me lo hacía saber aferrado al borde de la cuna, con lágrimas, sollozos y furibundo revoleo de juguetes. Entre tanda y tanda lo levantaba, le secaba las lagrimitas y me dedicaba sonrisotas (intercaladas con algún puchero), para luego volver a lavar con el corazón destrozado. "Prefiero que llore", me repetía, "porque no puede asomarse a que llore porque se estrelló la cabeza en el piso".
Al final, hubo armisticio. Salimos juntos a tender la ropa, él en su cochecito, resplandecía su sonrisa al sol, su manita estirada tratando de acariciar al perro, sí una escena de lo más cursi, que Casper cortó gritando ofendidísimo: el can, experimentado en el dolor que pueden causar esos regordetes deditos a alguien cubierto de pelo, no se dejaba acariciar y retrocedía. Perro, pero no boludo.
Y bueno... al menos, ahora tengo ropa limpia y, con todo lo que lloró, se le terminaron los mocos y se curó el resfrío, con algo hay que conformarse...
que buen blog tienes, desde luego te lo curras un monton!
ResponderBorrarMe ha gustado el post!
me encanta el fondo del blog.
me ha dado penita lo k has escrito, pero lo he leido entero.
Besitos desde
http://sweetsyte.blogspot.com/
me alegra k te guste la foto del final jeje. la verdad me costo hacerla pero al final lo consegui :P
ResponderBorrarme pasare a ver el post ese k me dices cuando lo acabes, seguro k esta genial!
gracias por desearnos suerte el domingo!
un beso grande :D
http://sweetsyte.blogspot.com/